El Extranjero (Cuento de Gonzalo Pérez)


``Extranjero'' en formato pdf

Sentía sus propios pasos resonando en el empedrado. Le encantaba caminar las noches de neblina, cuando las luces irisadas desdibujaban descascarados troncos y la sombra de las ramas se perdía sobre los frentes de las casas.

Imaginaba a veces el grito de ``las doce han dado y sereno" que otras piedras semejantes a las que pisaba habían escuchado siglos antes. Claro que ahora él tenía las manos bien hundidas en los bolsillos de un gabán impermeable y calzaba botas con corderito adentro (que bastante dinero le habían costado). Pero el fresco húmedo en el rostro le traía recuerdos de su infancia, después de años de sentir en su piel sólo el calor sofocante de tierras rojas arrasadas por un sol demasiado celoso.

Había vuelto a su pueblo después de años de buscar en otras tierras (?`qué?) lo que no halló en la suya. Volvía aún joven, sin cansancio, a ``la casita de los viejos'' sabiendo que no estaban ya. Como tampoco estaba ya Vilma, aquella niña de cejas arqueadas y finas, labios agradables y delgados y aquella graciosa hendidura en su mentón. (Años después llegó a imaginarla como aquella joven del ``Nacimiento de Venus'' de Boticelli).

Ese mediodía lo habían examinado muchos ojos sin reconocerlo. Era curioso sentirse extranjero ``por fuera'' y no ``por dentro'', como había sido habitual durante años . (Aunque, a decir verdad, entre los trópicos eran más receptivos a los extraños que en el sur.) Pero se sonreía pensando que él era nativo de allí, los curiosos vecinos eran probablemente recién llegados, poco menos que gente de aluvión: no tenían abuelos y bisabuelos nacidos y muertos allí mismo. No pensaba esto por orgullo aristocrático; conocer una ciudad significa haber respirado su aliento vital en las narraciones de los tíos y abuelos, en largas horas de participación silenciosa y azorada de reuniones de mayores, en ruedas adolescentes de cafés y clubes; conocer los hechos -reales o no- de esos personajes típicos que contribuyen a configurar la personalidad de esa unidad de pasajes, calles y casas con su gente que es cada pueblo. No es lo mismo, por ejemplo, rodear en automóvil una plaza que reconocer las incisiones de sus árboles una por una, tener algunas con su nombre, asociar cada banco con una historia, cada esquina con un día de fiesta patronal o un carnaval juvenil.

Sus pasos lentos continuaban martillando aceras con losas lisas por los años, y se complacía en escuchar el sonido que emitían sus botas golpeando aquellas piedras. Mientras, sus pensamientos seguían un ritmo semejante, recorriendo historias propias vividas en sus calles o en las arenas del cercano río.

Siguiendo el declive natural de la calzada llegó hasta la costa, lamida por las suaves ondas del color del óxido de hierro. De ese mismo color encontró también los viejos galpones del antiguo ferrocarril cuyos rieles corrían paralelamente a la ribera cubierta de rocas con algunas pequeñas bahías arenosas.

En una esquina del último depósito de cinc, bajo una luz difusa, un hombre viejo fumaba un cigarrillo mientras intentaba penetrar la neblina sobre el río con su vista. Se acercó a él y se sintió feliz de poder entablar comunicación con un desconocido. De usar el mismo lenguaje de gestos y palabras. Que aquel viejo lo mirara casi aburridamente como a un vecino más, bien conocido. Que no lo examinara interrogante con la acostumbrada pregunta en su mirada: ``żDe dónde es usted? żEs español?''

* * *

Lo encontró un empleado del ferrocarril que llegaba en bicicleta a su trabajo en la fría madrugada. Sin calzado, sin saco ni campera, hacia afuera los bolsillos del pantalón, con un feo golpe en la cabeza. Una extraña sonrisa de felicidad todavía flotaba entre sus labios.


[ Gonzalo Pérez Iribarren: In memoriam] [Centro de Matemática] [Instituto de Matemática y Estadística "Rafael Laguardia"]