Recuerdos...

Estas notas son partes de un artículo escrito por Elvio Accinelli y Roberto Markarian, matemáticos que compartieron con Massera más de tres años de prisión en el Establecimiento de Reclusión Nro. 1.
El artículo apareció en 1996, en la revista Integrando, del Centro de Estudiantes de Ingeniería.

Parece a la vez tan distante y tan presente...

En el ala derecha del primer piso del Penal de Libertad, estaba Massera. Aunque en diferentes celdas, allí estábamos también nosotros. Estas eran para dos presos, pequeñas, muy pequeñas, con un agujero para cumplir las necesidades: el ``viorse''1.

No obstante, allí se construían mundos; y si no hubiera sido así, ¡que desesperación! Se discutía de política, de filosofía, de arte, de psicología, del futuro de los hijos, de Vania o de Varinia, de lo difícil que estaba afuera, de matemática, de la dialéctica, del amor y de las artesanías.

``Pero fijate: ahí está Massera'', o si no - ``Por qué no le preguntamos a Massera''. Él era el punto de referencia de muchas discusiones. Y sí, allí estaba Massera, ``trillando'' sus 40 minutos diarios. Con suerte, pues solían llover sanciones que obligaban a quedarse las 24 hs. en la celda de 2 x 3.

Massera era un científico de los de renombre. El que descubrió el recíproco del Teorema de Liapunov. El que había escrito aquel libro, publicado a la vez en los EE.UU y en la URSS. El embajador de los EE.UU. lo fue a visitar a su celda; un sargento le preguntó si sabía ordenar los colores de aquel cubito, (pagarían millones a quien lo lograra), las organizaciones internacionales de todo el mundo pedían su libertad, muchas universidades lo nombraban Doctor Honoris-Causa.

Increíblemente, uno podía hablar con Massera de matemática. Ahora uno está acostumbrado a verlo diariamente hasta las 11 de la noche en el Instituto, a hablar con él de cualquier cosa: de teatro, de cine, de marxismo y de la vida académica, Pero entonces uno se sentía como un escolar que tenía la oportunidad de hablar con Einstein, preguntarle cosas y oír sus respuestas.

En el Penal de Libertad se hacían cosas serias. Hasta algún ensayo que trascendió, vaya a saber cómo, las alambradas y los centinelas y fue publicado por la Universidad luego de la dictadura, con el nombre ``Dialéctica y Matemática''. Allí, a pesar de los intentos de apagar todo pensamiento, aparecieron: Bertrand Russell, con sus ``Principia'', donde se hace de la matemática una gigantesca tautología; Zenón de Elea y Denjoy (qué vivió a principios de este siglo) con sus referencias a las paradojas generadas por el infinito. Y también el trabajo creador de quienes, como Massera, no son fácilmente soslayables ni tautológicos, aunque puedan ser paradójicos.

Conversado entre un ``trille'' y otro, escrito a escondidas, con letra chiquita, el manuscrito era llevado de celda en celda por el compañero que repartía el pan o las herramientas2, quien arriesgaba con esta osadía ser sancionado e ir a la ``Isla''3. Aquellos papelitos circulaban en abierto desafío y Massera escribía de dialéctica, de lógica y de matemática, haciendo realidad nuestra afirmación de que la ciencia y la cultura no pueden ser destruidas. En ese entonces, pensar estaba terminantemente prohibido. Manifestar por algún medio lo pensado, era un desafío y un acto de valor, más allá del valor intrínseco que pudiera tener lo escrito o manifestado.

Y en esas condiciones conquistamos un espacio para pensar y discutir. Aún hoy después de tanto tiempo, reconocemos en el texto algunos trozos escritos por nosotros.

Así era como, a pesar de todo, en los intersticios de la represión se vivía libremente.

Un día, un libro sobre los ``Problemas de Hilbert'', que había sido enviado y dedicado a Massera por Lipman Bers, (entonces Presidente de la American Mathematical Society) consiguió ser visto en el piso por algunos compañeros. Vaya a saber cuánta presión de muchos organismos internacionales hizo que le fuera permitido a Massera tener por un día ese magnífico presente en su celda4. Y vaya a saber cuánta compasión hubo en el Cabo que permitió que dicho libro recorriera el ala.

Ser comunista era peligroso. Y en aquel lugar lo era también ser matemático.

Alguno de nosotros, respondiendo correctamente al preguntársele por su profesión, fue sancionado inmediatamente con una semana sin recreo. Probablemente el que preguntaba no entendió la respuesta. Quizás, no creyera en la existencia de tal profesión, o quizás pensó, que como los vectores y los conjuntos en la Argentina de aquellos días, los matemáticos eran subversivos que contaminaban las tradiciones y las buenas costumbres5.

La vida y la matemática nos ha mantenido unidos a algunos de los que fuimos protagonistas de esta historia. Massera ha sido para nosotros un maestro, más allá de lo estrictamente científico. Y un amigo con quien compartimos con orgullo muchos momentos alegres y de los otros.

Hoy casi no hablamos ni escribimos de estas cosas. Sin embargo recordamos aquellos años, que algunos consideran ``vacíos'', muchas veces con una sonrisa en la cara. Pero no olvidamos ni su dolor ni el aprendizaje de vida que hiciéramos. Es extraño decirlo, pero hasta aspectos positivos tuvieron para nosotros aquellos años de prisión y de aislamiento. No seríamos quienes somos, incluso profesionalmente, sin la ``mácula'' de aquel período.

Notas

[1] Hace referencia a que dentro de las celdas había una taza sanitaria, que en el lunfardo carcelario había adquirido ese nombre.
[2] Cada día, por unas horas, cada preso podía tener en se celda herramientas, que eran repartidas por un compañero, con el objetivo de hacer manualidades. La venta de éstas, luego del engorroso y muchas veces frustrado trámite de salida, colaboraba al sustento familiar.
[3] La ``Isla'' era un lugar de castigo donde el preso permanecía completamente aislado: entre las paredes, sólo su cuerpo. De noche se le entregaba un colchón y una manta. Y tres veces por día un soldado, con quien tenía terminantemente prohibido comunicarse, le entregaba su magra ración alimenticia. Era el lugar más frío e inhóspito del Penal.
[4] La entrada de libros escritos en idiomas que no fueran el castellano siempre estuvo prohibida. Y en la época de que escribimos todo libro de matemática tenía su ingreso prohibido: podía tener claves no interpretables para el censor.
[5] Un gobernador de una provincia de la República Argentina, decretó que al igual que Freud con su Sicoanálisis y Einstein con su Teoría de la Relatividad, la matemática moderna con sus Vectores y su Teoría de Conjuntos, corroía los fundamentos de la sociedad occidental.


[José Luis Massera (8/6/1915 - 9/9/2002): In Memoriam]

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