Acerca de la transición del capitalismo al comunismo

En torno a este tema, me referiré a opiniones de Lucien Sève, contenidas en su trabajo La cuestión del comunismo <1>, con las que tengo discrepancias o que me suscitan dudas. Ya he hablado de eso en varias ocasiones, en particular en la Mesa Redonda celebrada en el Instituto Cultural ``Siglo XXI´´ el 18 de mayo de 1996 (2, 37-43). También se lo había manifestado a él mismo en una carta del 9 de febrero de 1996, de la que recibí una respuesta preliminar (3) <2>. No obstante, creo que no está de más incluir aquí (ampliando su extensión) este intercambio de ideas, que debe continuar, porque toca problemas importantes y nada sencillos, acerca de los cuales él tiene in mente —según me dice en su carta— escribir ``un pequeño libro´´; lo hago entonces, subrayando que se trata de opiniones preliminares que interesa conocer, en la convicción de que no cometo con ello un abuso de confianza. Los temas refieren no tanto a cuestiones de naturaleza teórica, sino de carácter normativo, de la acción política y revolucionaria, si bien, naturalmente, todos tienen importantes facetas teóricas.

En la Crítica al Programa de Gotha, de 1875, (4) Marx distin- gue tres etapas de la transición del capitalismo al comunismo: a) ``Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda´´; b) ``A este período corresponde también un período político de transición cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado. Pero el programa [de Gotha] no se ocupa de esta última (...)´´; c) ``(...) ni del Estado futuro de la sociedad comunista´´ (4, 25; el subrayado de la parte b) es de Marx; los de las partes a) y c) son míos). Hagamos algunos comentarios sobre estos tres momentos, que parece razonable seguir conside- rando en el análisis presente.

a) Sève habla de ``maduración objetiva de la cuestión comunista´´ y de la ``apropiación democrática de las finalidades de todas las actividades sociales´´, y opina que: ``A lo súbito, tan brutal como poco operatorio, en definitiva, de la revolución-abolición se sustituye la figura del vuelco progresivo, de las mixturas conflictivas de formas privadas y públicas, mercantiles y no mercantiles, que evolucionan hacia el predominio de las segundas y de sus criterios (...).´´ (1, 23-24; subr. JLM). Con algunos aspectos parciales de estas citas estoy completamente de acuerdo: por ejemplo, con la enorme ventaja que se tendría utilizando, si fuera posible, métodos democráticos, no brutales, para la transición hacia el comunismo; con la probabilidad de que los métodos violentos resulten, en definitiva, poco operatorios; con la eventualidad, si se da efectivamente, de usar mixturas de formas privadas y mercantiles. Al fin y al cabo, lo cierto es que en una situación muy dramática —pero quién puede dudar de que en aquella transición abundarán situaciones de tal carácter—, ¡Cuba y China lo están intentando ya ahora!

En conjunto, estas reflexiones parecen apuntar decididamente a lo que, un poco esquemáticamente, podríamos designar como una transición pacífica ya en esta etapa. Este no era el pensamiento de Marx cuando, en la cita precedente, habla de transformación revolucionaria; por si pudiera quedar alguna duda sobre la forma que revestiría según él esta última expresión, agrega en el mismo texto, más adelante, ``después de un largo y doloroso alumbramiento´´ (4, 17). Engels, citando a Marx en el Anti-Dühring, lo niega explícitamente: ``Pero que la violencia desempeña en la historia otro papel, un papel revolucionario para decirlo con las palabras de Marx, que ella es la comadrona de toda vieja sociedad preñada de otra nueva, el instrumento mediante el cual el movimiento social se abre camino y destroza las formas políticas muertas y fosilizadas (...).´´ (5, 224; con pequeños ajustes de redacción basados en el original alemán).

A mí no me resulta razonable la idea de una transición pacífica como perspectiva más probable, dicho sea con la mayor modestia. ¿Cómo imaginarla en las condiciones actuales —quizás nunca alcanzadas antes en tal grado—, en que el capital concentra, a nivel del mundo entero, un inmenso poder económico y, por ende, político, represivo y dotado de armas de terrible potencia? A lo que se agrega su vasto dominio de los medios informacionales, que le permite distorsionar y tergiversar los pensamientos de miles y millones de hombres, mujeres y hasta niños, y crea dificultades gigantescas para la penetración no ya de las ideas comunistas, sino inclusive para el arraigo de costumbres y mentalidades democráticas, esencial para configurar una poderosa y férrea unidad de aquellas masas. El atraso y la miseria atroces, casi inconcebibles, que hoy reinan en inmensas zonas del Tercer Mundo no aportan tampoco ingredientes positivos para el logro de ‘esa meta primaria e imprescindible para la transición. ¿Admitir como seguro la vía pacífica, no sería entonces apostar —todo o nada— a una utopía idealista, con probables consecuencias peores aún que la de lo súbito y brutal?

Lejos de mí la intención de hacer una caricatura grotesca, en blancos y negros absolutos, de esta contraposición. Tampoco me parece concebible la alternativa de una vía pacífica pura o súbita-brutal también pura. Sève, en su carta, lo admite sin ambages: ``es perfectamente claro que nadie puede comprometerse (...) a que las transformaciones revolucionarias se produzcan sin violencia. En tal o cual momento, los antagonismos de clase y los virajes decisorios pueden siempre convertirse en explosivos (...) y ningún revolucionario puede abandonar su derecho histórico a intervenir en todas las formas apropiadas.´´ (3, 4) Sobre esas bases pienso que es posible llegar a un acuerdo.

Al mismo tiempo, reconozco que la transición de que estamos hablando no implica necesariamente un grado de violencia descomunal, impuesto con todo el poderío del capitalismo avanzado. Puedo concebir que, en un momento histórico determinado, en que se llegara, por ejemplo, a un nivel elevadísimo de su mundialización económica, el capital afronte una crisis de tal magnitud que el proceso mismo de su reproducción se haga poco menos que imposible, y que ello le impida utilizar su poderío —ya muy desgastado por esa crisis— para impedir la transición desatando la vio- lencia. A esta posibilidad apuntan algunas visiones prospectivas basadas en leyes empíricas acerca de los ritmos de la historia y, en particular, de indicadores impresionantes de su aceleración en las próximas décadas (ver 6). A estos trabajos teóricos es necesario agregar un hecho real que se está dando en los últimos años: las transformaciones radicales que se verifican ya en la producción capitalista, el paso a un modo de producción extremadamente descentralizado en ``células de producción´´ (cell production) que anuncia cambios cualitativos de la empresa. (7)

Ajeno por completo a la idea de establecer semejanzas absurdas e irracionales, pienso que la historia de la Revolución Francesa puede ilustrar una situación análoga. Ella se originó, en un cuadro de miseria y hambre de las masas populares, por la incapacidad que tenía el régimen monárquico-feudal para subsistir en medio de la crisis terminal del Ancien Régimen, más concretamente por el catastrófico estado de sus finanzas. No es ocioso recordar que ``Los Estados Generales aparecían como un recurso supremo del poder del Rey en períodos de crisis´´. La convocatoria de los EG, prometida por el rey Luis XVI para mayo de 1789, 175 años des- pués de la reunión precedente de tal asamblea, ``fue en verdad la resurrección de una institución desaparecida´´. (8, 64). Ella estuvo motivada por la ``impotencia financiera de la monarquía (...)´´. ``El déficit no podía ser cubierto por un aumento de los impuestos. Su peso [era ya] aplastante para las masas populares (...)´´. El único remedio era la igualdad de todos frente a los impuestos´´, pero tal decisión reclamaba aquella convocatoria (8, 78-80). El informe inicial de Necker, director general de las Finanzas y ministro de Estado, ``se limitó a tratar las cuestiones financieras´´. Ahora bien, en los EG, el ``Tercer Estado´´, la burguesía, enfrentada al régimen, tenía un peso considerable, y ``tomó conciencia de que no debía contar más que sobre sí misma´´, afirmando que ``el impuesto debe ser aceptado por la nación, cosa que ``Luis XVI mismo (...) había admitido´´ (8, 106, 108, 110). Recién días después, el 14 de Julio, las masas plebeyas de París, que sufrían la crisis en carne propia, se apoderaron de armas, invadieron la plaza de la Bastilla y asaltaron y destruyeron su fortaleza.

No pretendo, en absoluto, equiparar incomparables situaciones pasadas y futuras de la historia. Simplemente recuerdo un episodio histórico real que muestra cómo un régimen puede verse impedido, por sus propias contradicciones, de utilizar su poder represivo para enfrentar por la violencia una transición revolucionaria. Reconozco sí la endeblez teórica de estas especulaciones. Desde un punto de vista rigurosamente racional y materialista es obvio que tal reflexión no puede sostenerse y, por el contrario, es pasible de dura crítica. Es el plano en que se coloca Engels en un célebre pasaje del Anti-Dühring:

``La libertad no reside en la soñada independencia respecto a las leyes naturales, sino en el conocimiento de estas leyes y en la posibilidad que lleva aparejado de hacerlas actuar de un modo planificado para fines determinados. Y esto rige no sólo con las le- yes de la naturaleza exterior, sino también con las [leyes sociales, JLM] que presiden la existencia corporal y espiritual del hombre (...). La libertad consiste pues en el dominio de nosotros mismos y de la naturaleza exterior, basado en el conocimiento [Erkenntnis] de las necesidades naturales [y sociales, JLM].´´ (5, 139; los subrayados son míos, así como un pequeño ajuste de traducción).

Pero el mismo Engels reconoce que no siempre esa rigurosi- dad científica y esa seguridad de alcanzar realmente las finalidades a que se aspira pueden darse en la vida y la acción sociales reales:

``Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta —las formas políticas de la lucha de clases (...), las Constituciones (...), las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas (...)— ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predomi- nantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo entre todos estos factores, en el que, a través de todo el conjunto infinito de casualidades (...), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. (...)

Somos nosotros mismos quienes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar, con arreglo a premisas y condiciones muy concretas. Entre ellas son las económicas las que deciden en última instancia. Pero también desempeñan su papel (...) las condiciones politicas, y hasta la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres´´. (9, 458-459; los primeros subrayados son de FE, los dos últimos de JLM).

En cuestiones de tal complejidad como las que estaba planteando, y que están tan fuertemente subtendidas por reclamos ético-normativos a los que no creo lícito sustraerse esgrimiendo escrúpulos perfeccionistas, no parece razonable requerir siempre los patrones de rigurosidad científica, probablemente inalcanzables en cualquier circunstancia real previsible, que exige la primera de estas citas de Engels. De acuerdo con la segunda y, sin ninguna duda, corriendo el riesgo de cometer errores más o menos graves, me parece legítimo actuar en este marco mucho más laxo. Esforzándose siempre por guiarse por un severo espíritu crítico, no considero superfluo intentar razonar en base a ideas no rigurosamente científicas, que podrían, sin embargo, eventualmente aportar elementos positivos en tanto ``guías para una acción´´ que a mi modo de ver es socialmente ineludible. Al fin y al cabo, es así como proceden, en determinadas etapas inciales, todas las ciencias —incluso las llamadas ``duras´´—. La compleja dialéctica entre el conocimiento falso y el verdadero siempre discurre así antes de que la ciencia pueda asentarse sobre bases confiables; y sus teorías están sujetas, al cabo de determinados períodos, a inevitables y drásticas revisiones, en momentos que se suelen designar con la palabra ``crisis´´.

b) En este segundo período, llamado corrientemente por los clásicos primera fase de la sociedad comunista o, abreviadamente, socialismo, [Sève (10, 247), acota que esta ``formulación nueva fue propuesta con motivo de la reflexión acerca de la fase de transición´´] <3>, rige plenamente, por su misma definición, la existencia del Estado y del derecho, como categorías jurídicas, en particular, el concepto de propiedad. En cuanto a la alternativa propiedad/posesión (de los medios de producción), estoy fundamentalmente de acuerdo con Sève y con el punto 1) de su respuesta (3, 3-4), y ya he dado mi opinión en una polémica con E. Viera (11, 7-9): la mera propiedad estatal de los mismos a lo sumo puede marcar una eta- pa transitoria del proceso de aproximación al comunismo y, por añadidura, ella tendrá real sentido sólo si el Estado en cuestión tiene un carácter profundamente democrático. A esta etapa b) se refiere explícitamente Marx en la Crítica al Programa de Gotha:

``De lo que aquí se trata es de una sociedad comunista que no se ha desarrollado sobre su propia base sino, por el cóntrario, tal [eben] como surge [hervorgeht] de la sociedad capitalista, o sea, en todos los aspectos [also in jeder Beziehung], en el económico, en el moral y en el espiritual [geistlich], afectada [behaftet ist] por los lunares [Muttermalen] de la vieja sociedad de cuyo seno [Schoss] proviene.´´ (...)

``Por eso, el derecho igual sigue siendo aquí, en principio, el derecho burgués, (...) sigue llevando implícita una limitación burguesa. El derecho de los productores es proporcional al trabajo que han rendido; la igualdad, aquí, consiste en que se mide por el mismo rasero: por el trabajo.

Pero unos individuos son superiores, física e intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo (...) Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. (...) En el fondo es, por tanto, como todo derecho, el derecho de la des- igualdad. (...) unos obreros están casados y otros no; unos tienen más hijos que otros, etc., etc. A igual trabajo y, por consiguiente, a igual participación en el fondo social de consumo, unos obtienen de hecho más que otros, unos son más ricos que otros, etc. Para evitar todos estos inconvenientes, el derecho no tendría que ser igual, sino desigual.

Pero estos defectos son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal y como brota de la sociedad capitalista des- pués de un largo y doloroso alumbramiento”. (4,16-17; los subraya- dos son de KM; he hecho algunos pequeños ajustes de traducción).

Marx designa esta primera fase como ``la dictadura revolucionaria del proletariado.´´ (ibid, 25). Retorna así la definición tajante que ya había utilizado 20 años antes en una carta a Weydemeyer:

<(...) la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado (...)´´ (12, 425; subr. KM).

Marx nunca usa ligeramente las palabras. En la misma obra (6, 24-26), en donde comenta el capítulo IV A. del Programa, que refiere al concepto de democracia, ni tergiversa su significado ni su historia, que en ese caso se remonta a la antigüedad griega, y hace agudas observaciones acerca de cómo ella se manifiesta —o no-, en concreto, en varios paises capitalistas. Para él, con corrección formal inobjetable, la palabra refiere a un tipo de Estado propiamente dicho, y cuando la sociedad está dividida en clases, el contenido de ese Estado es, efectivamente, la dictadura de la clase dominante. Eso no obsta a que distinga matices formales tácticamente importantes en el modo en que esa dictadura se manifiesta.

Los principales continuadores de Marx —Engels y Lenin— compartiendo, años más tarde, en lo esencial, las opiniones de Marx, toman cierta distancia en cuanto a las designaciones, valoran mucho el significado real de las diversas formas estatales y, en lo que refiere a la dictadura del proletariado, propician con frecuencia nuevos matices de expresión que implican ya cambios significativos. Engels, un par de meses antes de la fecha en que Marx terminara la Crítica y, casi seguramente con su acuerdo tácito o explícito, escribía una carta a A. Bebel —que Lenin cita (13, 354 y 374)—, en la que dice:

``Habría que abandonar toda esa charlatanería acerca del Estado, sobre todo después de la Comuna, que no era ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra. (...) es un absurdo hablar de Estado popular libre: mientras el proletariado necesite todavía del Estado no lo necesitará en interés de la libertad, sino para someter a sus adversarios, y tan pronto como pueda hablarse de libertad, el Estado como tal dejará de existir”. (6, 34; último subrayado de FE, el anterior de JLM).

En 1878, tres años después, reafirma:

``El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamen- te como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y se adormecerá por sí misma>’. (9, 341-342; el último subrayado es de FE, los otros son míos).

Y Lenin precisa:

``La democracia [incluyendo la burguesa, JLM] tiene una enorme importancia en la lucha de la clase obrera por su liberación contra los capitalistas´´.

``La democracia es una forma de Estado, una de las variedades del Estado. Y, por consiguiente, representa como todo Estado, la aplicación organizada y sistemática de la violencia sobre los hombres. Eso, de una parte. Pero, de otra, la democracia implica el reconocimiento formal de la igualdad entre los ciudadanos, el derecho igual de todos a determinar la estructura del Estado y a gobernarlo. Y esto (...) cohesiona al proletariado (...) y le da la posibilidad de destruir, (...) de barrer de la faz de la tierra, la máquina del Estado burgués, incluso la del Estado burgués republicano, (...) y de sustituirlos por una máquina más democrática pero todavía estatal (...).

``Aquí ‘la cantidad se transforma en calidad’; este grado de democracia rebasa ya el marco de la sociedad burguesa, es el comienzo de su [de la democracia] reestructuración socialista”. (13, 383-384; todos los subrayados de esta larga cita son míos, sal- vo dos, ``más´´ y ``este´´, cerca del final, que son de Lenin).

Es obvio que —coincidiendo en su esencia con el pensamiento de Marx— el proceso de avance de esta fase b), socialista, de la transición del capitalismo al comunismo, requerirá algún tipo de es- tructura social—estatal para afrontar tareas gigantescas cuya dificultad no se puede ignorar. En puridad, sigue siendo correcto llamar Estado a esta estructura. Pero hoy, 120 años después que fue escrita la Crítica, es claro también que, a la luz de los cambios en la base material, económica y social, resumidos, en sus grandes trazos, en la parte 1 de un ensayo mío (11, 5-6), que reflejan las transformaciones experimentadas en las últimas décadas -con particular énfasis en el punto 1.5-, resulta totalmente obsoleto e incongruente caracterizar tal Estado como dictadura del proletariado. En tal sentido las variantes que utilizaron Engels y Lenin en las citas precedentes anuncian la necesidad de otra designación, a elaborar mejor en el futuro, que refleje con mayor exactitud los nuevos rasgos esenciales. Entre ellos me parece importante destacar dos, interrelacionados: la democracia -entendida aquí no como tipo de estructura estatal, en el verdadero sentido de la palabra, sino en su significado mucho más laxo y amplio, en tanto metodología de relacionamientos flexibles, respetuosos y abiertos en el seno de la sociedad civil- y el carácter cada vez más policlasista de sus sectores avanzados.

c) Por último, Engels y Lenin definen la etapa final, la de la desaparición del Estado:

``El Estado no será ‘abolido’, se extinguirá´´. (5, 342>

``(...) nosotros propondríamos decir siempre, en vez de la palabra Estado, la palabra ‘Comunidad’ [Gemeinwesen], una bue- na y antigua palabra alemana que equivale a la palabra francesa ‘Commune.´´ (4, 34)

``El que se extingue, después de esta revolución, es el Estado o semi-Estado proletario.´´ (13, 315; subr. JLM)

Notas

  1. Ver 1 en la lista bibliográfica. En las citas que se hagan en lo sucesivo se indicará el número de la obra en dicha lista y el de la página en que figura la cita.
  2. En las citas que haga de esta carta indicaré los números de página del fax correspondiente.
  3. En esa misma página añade poco después: ``Si Marx y Engels hubieran aproximado más su descubrimiento de la necesidad de una fase socialista de transición al comunismo de la posibilidad de que la señal para la revolu- ción socialista fuera dada por un país globalmente retardatario como Rusia, habrían sido llevados a reflexionar de manera aún más concreta sobre el tema de la extensión de la necesaria transición y sus contradicciones inter- nas (...).``

Bibliografía

  1. Edición de la Casa Bertolt Brecht, Montevideo, 1995, págs. 19-28.
  2. Edición del Instituto Cultural ``Siglo XXI´´. Montevideo, 1996, págs. 37-43.
  3. Sève, L., fax del 4 de marzo de 1996.
  4. Marx, K. y Engels, F.: Crítica al Programa de Gotha, Obras Escogidas en 2 Tomos, Ed. Lenguas Extranjeras, Moscú, 1952, Tomo II, págs. 7-40.
  5. Engels, F., Anti-Dühring. EPU, Montevideo, 1960.
  6. Grompone, J., Sobre la aceleración de la historia, Galileo, No. 11, Montevideo, 1995, págs. 15-34.
  7. Rodríguez, J. Orden de aparición:
    - el topo de la historia
    - la lechuza de la sabiduría, ponencia presentada en el Encuentro sobre vigencia y renovación del marxismo. Montevideo, 15-16 de noviembre de 1996.
  8. Soboul, A., Précis d’Histoire de la Révolution Française, Ed. Sociales, Paris, 1972; la traducción del francés es mía.
  9. Engels, F., Carta a J. Bloch del 21-22 de setiembre de 1890, en Marx, F. y Engels, F., Obras Escogidas en 2 Tomos, Ed. Lenguas Extranjeras, Moscú, 1952, Tomo II, pág. 475.
  10. Sève, L., Une Introduction á la Philosoohie Marxiste, Ed.Sociales, París, 1980.
  11. Sobre ``La cuestión del comunismo´´, edición de la Casa Bertolt Brecht, Montevideo, 1996.
  12. Marx, K., Carta a J. Weydemeyer del 5 de marzo de 1852, Obras Escogidas en 2 Tomos, Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1952, Tomo II, pág. 424-425.
  13. Lenin, V.I., El Estado y la Revolución, Obras Escogidas en Tres Tomos, Ed. Lenguas Extranjeras, Moscú, 1960, Tomo 2, págs. 301-401.

Tomado de "Marx hoy. Encuentro sobre la vigencia y renovación del Marxismo" Cabildo de Montevideo, Noviembre de 1996. Eds: Guillermo Israel, Isaura Pagola, Carmen Pereira, Fernando Rama, Dieter Schonebohm, Niko Schvarz (1997) pp. 107-116.


[ José Luis Massera (8/6/1915 - 9/9/2002): In Memoriam]

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