Gonzalo Pérez Iribarren


Por Mariel Etchemedy

La última vez que nos vimos estaba jugando a que se escapaba de los augurios, y entonces se había cambiado de pieza en un sanatorio en el que (ese día) parecía que no había nadie internado. El Flaco esperaba con una sonrisa que su juego resultara.

La primera vez que lo vi, no correspondió a mi mirada porque venia por el pasillo del IMERL (modesto IME en ese momento) lleno de ganas y gente alrededor. Eran sus compañeros matemáticos que entraban después de muchos años de ausencia, al pasillo tan soñado...

El Flaco venia en el medio. Sobresalían sus palabras fuertes y su pelo negro que insistía en caérsele sobre la cara. Tenia cara de vasco, pero sobre todo tenia voz e impronta de vasco. Cuidaba mas la impronta que a veces le hacia calentarse y tragar broncas, que la voz. La voz siempre era mas fuerte que la de los otros.

Entre estos dos días hubo muchos otros...

Empezar a trabajar con el fue una de las cosas mas lindas que me paso. Era el desafío de entendernos con pocas palabras, y la confianza que empezó de a poquito porque yo había estado en las épocas en las que el peleaba una vida y una familia en el exilio. En algunas tardes en las que el sol se moría por la ventana de mi escritorio, cuando en la Facultad el tiempo era mas lento, hablamos del exilio.

Me contó que en Buenos Aires lo habían tratado muy bien, que le gustaban los porteños y algunos boliches donde conseguía grapa para tomar. Parecía que siempre había tenido hijos, por eso me asombraba cuando hablábamos de su época en el Vaticano y su paso por dentro de la Iglesia. De esa época le quedaba el amor por el latín que ponía en juego cuando me corregía las notas diciéndome que el plural de la palabra ítem era eatem y no items.

Tenia una mezcla rara de amor por el tango y la música clásica. Escuchando tango parecía un melancólico muchacho de barrio y con la música clásica adquiría un aire de beatitud que daba melancolía a quien lo mirara.

Fumaba mucho. Mucho y con la fruición de quien quiere sacarle el alma al tabaco para llenar su alma de humo. Sus pulmones se lamentaban muchas veces, poniendo un silbido en la respiración. El verlo fumar era también ver mover sus grandes manos bailando con el cigarrillo. Ahí volvían a aparecer los gestos que yo identifico como "de vasco". Difíciles de explicar, pero clarísimos para quien, como yo, ha tenido un padre vasco y fumador. Sin embargo, cuando dejo de fumar y engordo, nunca perdió su apodo de Flaco.

Otra de las cosas que me gustaban del Flaco era su letra. Clara, abierta y casi siempre llevando imágenes que resultaban queribles y cercanas. Compartíamos el amor por las cosas del campo. Su vida en Carmelo tenia el sabor de los permisos en las noches de verano para jugar en el barrio hecho cómplice de gritos de niños y hermandad.

Del hermano me hablo con el amor de la vida entera y al mismo tiempo con la nostalgia de haberlo perdido antes de tiempo. Se le llenaban los ojos de recuerdos y admiración. El ultimo viaje compartido que lo dejo a el con nosotros, lo llenaba de dolor en el costado, como a un Cristo herido.

Cuando se anuncio que iba a ser abuelo por primera vez, acompañamos en el Instituto ese tiempo nuevo que lo volvía a hacer padre. Porque se renovó al ser abuelo, asi como se renovó en Francisco, antes.

Nunca alardeo con lo que sabia de religión, siempre Dios fue su hermano y eso se veía en la forma de tratar las cosas que le dolían del mundo. Cuando lo operaron, una vez, me anime a regalarle una cruz de plata. No hablamos de nada; la acepto y fue una cosa mas que nos acerco.

Yo no conocía mucho a Jorge cuando el me dijo que lo tenia encerrado en un cuento. Esa fue la excusa para traerme y prestarme todo lo que había escrito. Jorge apareció valiente y bien pintado en un cuento que estaba cargado de trompadas y actitudes heroicas. El Flaco decía que no creyera mucho, que todo tenia la mirada de su propio respeto y eso seguramente mejoraba a los protagonistas. Ahí empezamos a hablar de literatura. No compartíamos algunos amores profundos: yo no amaba a Onetti y el me devolvía un desamor a Borges que siempre provocaba mi bronca.

El ambiente que se armaba a su alrededor era siempre cálido y estimulante. El mate era compartido y permanente. Y junto con todo eso, venían también los desacuerdos. Nos gritábamos porque yo tenia la confianza y el amor suficiente que me permitía hacerlo. Me sentía una igual al pelear por las cosas del Instituto en las que discrepábamos; y ese era merito de el, que toleraba y hasta escuchaba mi arrogancia.

Vivíamos al Instituto como nuestra casa. Por eso no le sorprendía cuando yo quería limpiar, ordenar y enseñar a cuidar ese lugar. Sin embargo, a nuestras respectivas casas fuimos poco. Me contaba de sus hijos y de Beatriz con el amor de alguien que lo tiene todo teniendo familia.

Hizo siempre fácil lo difícil, y cuando lo deje de ver a diario, lo extrañe terriblemente. Nos conocíamos el humor y el malhumor. Cuando venia despeinado yo sabia que iba a ser una mañana complicada. Le quedaba de su tiempo en Venezuela una frase que me repetía cuando yo me ponía particularmente insistente: No jodas, chica!. Tenia como refrán que repetía a menudo, uno que le posibilitaba decir cosas duras suavemente: "piensa el ladrón que todos son de su misma condición".

En los tiempos del verano recuerdo que se vestía con camisas frescas que recordaban a su tiempo caribeño, y el invierno lo encontraba con un blazer azul muy oscuro o negro, que lo mostraba parecido al Corto Maltes, un marinero con tiempo de mares y tormentas.

El tiempo de la pintura y de la importancia que tuvo en su vida, lo viví de costado. En casa de Jorge hay un cuadro que muestra un barrio. Podría ser un Carmelo atardecido. Hay ropa en la cuerda que parece agitarse en una tarde de otoño. Se intuye la familia. Dice simplemente Gonzalo70. Ese era un tiempo efervescente de su vida, que no conocí. Sin embargo todo lo del Flaco también se ve en el cuadro. Tanto en la tiza y carbonilla con la que lo hizo como en la urgencia del único palillo que sostiene una sabana.

En todo lo que viví compartiendo vida con el podría decir que las palabras de otro vasco, Patxi Andion, le caben certeramente: "compañero del sol, fiel compañero, nunca te preocupó en nada ser el primero, eres como el sudor callado y quieto y nunca abriste el cajón de tu propio respeto".


[ Gonzalo Pérez Iribarren: In memoriam] [Centro de Matemática] [Instituto de Matemática y Estadística "Rafael Laguardia"]